martes, 10 de julio de 2007

El último vuelo de mariposas

“The execution of a condemned man is barbaric. The execution of an innocent man is murder.”
Bianca Jagger

Clarence extendió la mano hacia Donavan para ofrecerle una de las últimas cervezas que disfrutarían juntos. Los sorbos se abría paso entre los calores que les había acumulado el día; eran tragos largos y pausados, fríos puñales que traspasaban la garganta. No hablaron mucho, era un día de esos inapropiados para la conversación; sólo se dijeron lo justo para indicar que se había agotado el contenido de la botella. Eran ya las tres de la tarde, y el líquido que había sido frío acero empezaba a brotarbarles por los poros.

En el exterior de la camioneta todo parecía haber sido clausurado, pero la rueda del tiempo no se había detenido; ajenos a sus trampas, los dos amigos seguían viajando al encuentro de un futuro que pronto se convertiría en pasado, y los robaría de su presente... La carretera se abrió en una encrucijada, y ellos siguieron el camino que tenían que seguir. Era ése el punto en que aún podían cambiar el desenlace de los acontecimientos, pero eso no debía ocurrir y no ocurrió. Para entonces, una chica yacía muerta entre humores blancos y rojos en un lugar que ellos desconocían aún. Antes de que cayera la tarde, Clarence y Donavan serían detenidos. Irían a prisión, pero ellos ni siquiera lo imaginaban. Vivirían en una cárcel que ya se perfilaba bifurcada: una claustrofóbica y la otra profunda, sin fin.

Si algo le sobra al prisionero es tiempo, y Clarence pasaba el suyo recreando los acontecimientos del día en que por causas del azar perdió su libertad. La soledad de la prision no le habían bastado para entender cómo una acción tan fortuita lo había robado de sus mejores días. No hubo día en que no intentara rescatar de aquel día cualquier detalle –por mínimo que fuera- que lo ayudara a entender de dónde había salido la acusación de Donavan. Pero todo fue en vano. En dieciocho años no pudo encontrar la pieza que le diera la respuesta que buscaba; el resultado del ejercicio se repetía con exactitud desquiciante: unas escasas palabras, el motor sordo de una camioneta, unas cuantas cervezas, y dos amigos bajo un sol que se derretía sobre ellos.

Donavan luchaba con el mismo demonio aunque su objetivo era otro. Recordaba ese día y recreaba cada momento tratando de legitimizar su versión de los hechos. Una y otra vez por su mente desfilaron la violación, el bastón criminal, y el placer que sintió Clarence al ver su presa hacerse mariposa, volar, caer al abismo del dolor, de la desesperación, de la muerte. Cerraba los ojos e imaginaba a Clarence saboreando el fluido agridulce que había quedado en sus labios. Las vívidas imágenes siempre seguían el mismo orden; las repitió tantas veces que llegaron a sucederse con la naturalidad de una representación. Estaba dispuesto a todo con tal de no volver a pudrirse en una celda. El miedo se apoderó de cada uno de sus poros, y revivió la desesperación que se encierran en cuatro paredes. De pronto se sintió ser dos hombres, y en realidad no era ninguno de ellos. Empezó a desear el aturdimiento que extraía de aquel elixir que mitigaba su existencia. Se sacudió; volvió a verse en la sala de detención a la espera de que volvieran los oficiales a interrogarlo. Le pareció que habían pasado muchas horas, y que él acababa de despertar de un mal sueño.

El alcohol no fue impedimento para localizar en la memoria -con precisión de autómata- el lugar exacto donde se habían registrado los acontecimientos de esa tarde; aspiró un aire que le supo a resaca; espero el momento preciso, y cuando estuvo listo, rindió su declaración; contó lo que había ocurrido en la camioneta; no obvió ningún detalle de cómo Clarence había asesinado a su víctima. Ellos necesitaban un culpable, y él les había dado uno. Se libraría de la cárcel usando el único recurso que los oficiales le habían dado. Habló con palabras firmes y precisas, con la convicción de quien dice la verdad... A su mente volvió la encrucijada de la carretera, ahí estaban de nuevo él y su amigo Clarence entre los rieles del tiempo; seguirían caminos distintos: Donavan era un hombre libre, y Clarence un moribundo a la esperar del mensajero de la muerte, en la celda de una prisión.

Imagen tomada de Own Your Mind

Este cuento está basado en la historia de Larry Peterson

6 comentarios:

  1. Ahora,
    más que nunca, el mejor tesoro que uno no puede perder es su libertad. Y Clarence, por ese error pasa gran parte de su vida entre rejas. Pena de que en esos momentos, es que uno viene a ver que la libertad es única.

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  2. Me pregunto cual seria la versión de la historia que nos contaría la víctima. ¿Te animas a contárnosla?

    Con respecto a lo del leísmo, creo que es una costumbre muy castellana que he absorbido de tanto leer literatura y prensa española. Aunque si que merece una revisión el uso indiscriminado que hago del mismo.

    Un saludo.

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  3. Traicionar a la verdad por huir de la carcel, Clarence le hizo un gran favor a su amigo, si los dos hubieran contado una versión diferente de los hechos ningun habría escapado.

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  4. La bifurcacion, la encrucijada. Todos nos enfrentamos a situaciones asi en la vida, en la que luego nos preguntamos, que hubiera pasado si hubieramos escogido el otro camino; o hubieramos tomado otra decision o sencillamente nos hubieramos quedado en la casa....Yo pude experimentar eso este Domingo pasado cuando luego de echar gasolina en una estacion de la carretera, 1 milla mas adelante mi carro no servia. Un dia mas tarde la conclusion a que los mecanicos llegaron era que esa gasolina no servia. Mi pregunta: porque tuve que escoger esa estacion, porque no una antes u otra despues?...porque no hice esto o lo otro?...Porque....?

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  5. Ya ves, volvi y me lei los post atrasados. estoy completamente de acuerdo con el de los ancianos, aqui tambien mueren muchos en soledad en sus domicilios y es una verdadera pena, ellos dieron todo por los suyos y luego los dejan olvidados.
    En cuanto a lo de los best sellers, mira, yo hay un libro que me he leido 4 veces seguidas jajaja
    "Los pilares de la tierra" de Ken Follet, ese libro me supera.
    Besos y abrazos mi amiga del alma.
    Naty.

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  6. Luis tal vez, no lo creo. creo que esa se la voy a dejar a otro que la escriba, jajajajaja.
    Una abrazo

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